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miércoles, 18 de diciembre de 2024

Ensayo: De plantas, árboles y curanderos en Historia General De Las Cosas de la Nueva España de Fray Bernardino de Sahagun.

Cuetlaxochitl o Noche Buena.
Para empezar esta entrada quiero escribir unas cuantas palabras que salen de lo más profundo de mi ser:

No porque hable y difunde continuamente a través de mis redes sociales la música popular mexicana de 1910 a 1955 no quiere decir que otros temas no me interesan y, aunque considero que mi aporte a futuro será historizar todo esto que he venido haciendo y rescatando sobre los cantantes y su arte, es por ello que, acabando este ensayo que he venido construyendo desde noviembre del año 2024, quiero dejarlo aquí para su lectura y para rescatar en algún momento de mi historia personal, es por ello que buscando otros horizontes también quiero publicarlo, sin mayor pretensión alguna que no sea el de difundir los saberes de mis ancestros.

Sin más que añadir, empecemos.

Introducción.

La herbolaria y los árboles son aspectos fundamentales para comprender la relación entre las culturas prehispánicas y la naturaleza, especialmente a través de la obra Historia General de las Cosas de la Nueva España de Fray Bernardino de Sahagún. Esta enciclopedia del siglo XVI, uno de los compendios más completos sobre las costumbres y prácticas de los pueblos nahuas, recopila un vasto conocimiento sobre la vida cotidiana de estas sociedades. En ella, los árboles y las plantas no solo se presentan como recursos materiales esenciales, sino que también adquieren un valor simbólico y sagrado. Para los pueblos nahuas, las plantas y los árboles formaban parte de la cosmología, con significados profundos relacionados con la espiritualidad y la medicina. Sahagún (2019) señala que estos elementos naturales desempeñaban un papel vital tanto en las prácticas curativas como en los rituales, sirviendo como agentes de sanación y símbolos de las fuerzas divinas. Además, López Austin (2002) resalta cómo el conocimiento herbolario de los nahuas estaba intrínsecamente vinculado a su cosmovisión, donde cada planta y árbol tenía un propósito específico en la interacción entre el mundo material y el espiritual. En este sentido, los árboles y las plantas no solo eran recursos para la subsistencia, sino que formaban parte de un sistema de creencias más amplio que conectaba lo humano con lo divino y lo físico con lo trascendental. Así, la Historia General de las Cosas de la Nueva España no solo ofrece una visión detallada de las costumbres nahuas, sino que también invita a reflexionar sobre cómo estas culturas concebían su relación con la naturaleza, reconociendo su importancia tanto a nivel práctico como simbólico.

 

La herbolaria como ciencia prehispánica

La herbolaria mesoamericana, especialmente en las culturas nahuas, era una práctica profundamente sistemática que combinaba la observación meticulosa de la naturaleza con una constante experimentación. Este conocimiento no solo se transmitía de generación en generación de manera oral, sino que también fue recogido en algunos registros escritos, como el Códice Badiano, una de las fuentes más representativas de la herbolaria prehispánica (De la Cruz y Badiano, 1552). Este códice, que data de principios del siglo XVI, contiene una vasta recopilación de plantas medicinales utilizadas por los pueblos nahuas, y su formato pictográfico refleja la importancia de las plantas en la vida cotidiana y en la medicina tradicional. A través de estas representaciones visuales, los conocimientos sobre las propiedades curativas de las plantas eran accesibles tanto a los especialistas como a la comunidad en general.

 

La concepción nahua de la salud iba mucho más allá de lo físico. Para ellos, el bienestar no solo implicaba la ausencia de enfermedades, sino que también requería un equilibrio integral que abarcaba lo espiritual, lo emocional y lo social. La salud estaba ligada a la armonía del individuo con su comunidad y con el mundo natural. Esta visión holística estaba fuertemente influenciada por su cosmovisión, que consideraba que el cuerpo humano no podía entenderse de manera aislada, sino como parte de un todo interconectado con el entorno natural y el orden cósmico. De acuerdo con Ortiz de Montellano (2005), enfermedades como las "calenturas" o los "aires" no se veían simplemente como trastornos físicos, sino como manifestaciones de desequilibrios más profundos entre el individuo, su entorno y su comunidad. Estos desequilibrios podían ser provocados por factores como el mal comportamiento, la ruptura de normas sociales, o incluso la disonancia espiritual, lo que exigía un enfoque terapéutico que integraba tanto la medicina física como la resolución de estos desajustes espirituales y emocionales.

 

Además de las plantas medicinales, los nahuas recurrían a rituales y ceremonias religiosas para restaurar el equilibrio perdido. La herbolaria no solo era utilizada por los tlamatini (sabios o curanderos), sino que se extendía a toda la sociedad, donde la transmisión de conocimientos sobre las propiedades de las plantas y las prácticas curativas era parte del tejido social. Las plantas, por tanto, no eran solo recursos materiales, sino símbolos de la relación simbiótica entre el ser humano y el cosmos, que debía ser cuidada para garantizar la salud colectiva. Esta integración de lo físico, lo espiritual y lo social es clave para comprender la medicina nahua, un sistema de conocimiento profundamente arraigado en su visión del mundo.

 

El papel de los informantes en la obra de Sahagún

Fray Bernardino de Sahagún, uno de los principales cronistas y misioneros de la Nueva España, jugó un papel fundamental en la recopilación de conocimientos sobre la flora de Mesoamérica, especialmente en lo que respecta a las propiedades, usos y simbolismos de diversas plantas y árboles. Sahagún trabajó de manera colaborativa con informantes nativos, lo que le permitió obtener una perspectiva precisa y rica sobre la herbolaria y su lugar en la cultura nahua. Su meticulosa clasificación y documentación de estas plantas reflejan la complejidad y la organización del conocimiento nahua, que dividía a las especies en diferentes categorías según su uso y significado. Sahagún no solo documentó las propiedades medicinales de los árboles y plantas, sino también sus significados espirituales y culturales, lo que nos ofrece una visión integral de cómo los nahuas interactuaban con la naturaleza.

 

Esta clasificación de las plantas en categorías como medicinales, sagradas, alimenticias y de construcción muestra el carácter funcional y simbólico que los nahuas otorgaban a su entorno natural. Cada tipo de planta o árbol no solo tenía un valor práctico, sino también un significado espiritual que estaba relacionado con las creencias religiosas y cosmogónicas de los pueblos nahuas. Por ejemplo, plantas como el iztác patli ("medicina blanca") y el xicamatl (jícama) fueron documentadas por Sahagún con gran detalle. El iztác patli, conocido por sus propiedades curativas, era utilizado en tratamientos para diversas enfermedades, mientras que el xicamatl, además de su valor como alimento, tenía un fuerte simbolismo en la cultura nahua, vinculado con la fertilidad y la abundancia. Sahagún documentó no solo los nombres de estas plantas en náhuatl, sino también sus aplicaciones médicas y su valor cultural (López Austin, 2002). Esta información es invaluable, pues nos permite entender cómo las plantas no eran vistas solo como recursos utilitarios, sino como elementos vitales que formaban parte de un sistema más amplio de creencias que integraba la salud, la espiritualidad y la cosmovisión de los nahuas.

 

Además, esta labor de documentación realizada por Sahagún va más allá de una simple recopilación de datos botánicos. Al incluir tanto las aplicaciones prácticas como los significados simbólicos de las plantas, Sahagún nos ofrece una visión profunda de la relación entre los nahuas y su entorno natural. Los árboles y las plantas no eran solo materia prima para la medicina o la construcción; representaban la conexión entre los seres humanos y lo divino, formando parte de una red de saberes que integraba lo físico y lo espiritual, lo cotidiano y lo trascendental. La obra de Sahagún, por lo tanto, es fundamental para comprender cómo las culturas prehispánicas concebían su entorno natural como un todo interconectado, donde el conocimiento sobre las plantas y su uso se veía como un medio para mantener el equilibrio entre el hombre, la naturaleza y los dioses.

 

Usuarios de las plantas en la cultura nahua

En la obra de Fray Bernardino de Sahagún, se detalla cómo las plantas no solo desempeñaban un papel central en la medicina, sino que eran utilizadas por diferentes grupos dentro de la sociedad nahua, cada uno con roles específicos en la administración de la salud, la espiritualidad y las prácticas rituales. Los ticitl, o médicos indígenas, eran los encargados de emplear plantas medicinales en tratamientos tanto físicos como espirituales. Estos especialistas no solo administraban remedios herbales para aliviar enfermedades físicas, sino que también guiaban rituales y ceremonias destinadas a equilibrar el cuerpo y el alma. Para los nahuas, la enfermedad no se limitaba a una disfunción física, sino que también podía ser vista como un desequilibrio en el plano espiritual. Así, los ticitl actuaban como mediadores entre los mundos físico y espiritual, utilizando plantas con propiedades curativas junto con oraciones y ofrendas para restaurar la salud en su totalidad (Sahagún, 2019).

 

Por otro lado, en la sociedad nahua existían figuras asociadas con prácticas mágicas y esotéricas, como los nahuales y los tlaciuhqui, quienes también empleaban plantas con fines específicos, pero en este caso relacionados con lo esotérico y lo místico. Los nahuales, individuos que poseían la capacidad de transformarse en animales o asumir otras formas a través de poderes sobrenaturales, utilizaban plantas como el peyote y el toloache durante ceremonias religiosas o rituales destinados a obtener visiones o comunicarse con el mundo espiritual. Estos rituales eran fundamentales para la interacción con los dioses y con fuerzas invisibles, y las plantas se veían como vehículos para alcanzar estados alterados de conciencia y contacto con lo divino (Sahagún, 2019).

 

Además de los nahuales y los tlaciuhqui, Sahagún también menciona a los santibanquis, o curanderos ambulantes, quienes desempeñaban un papel crucial en la recolección y distribución de plantas medicinales a lo largo de diferentes regiones. Estos curanderos itinerantes viajaban por las aldeas y pueblos, utilizando su conocimiento de las plantas para realizar curaciones y limpias. Su habilidad para identificar y recolectar plantas de diversas regiones les permitía tratar una amplia variedad de enfermedades, y su conocimiento estaba basado tanto en la experiencia práctica como en la tradición oral transmitida a lo largo de generaciones (Sahagún, 2019).

 

Finalmente, Sahagún también hace referencia a los brujos, quienes utilizaban ciertas plantas con fines más oscuros, como lanzar maldiciones o manipular energías negativas. Estas prácticas reflejan el vasto espectro de usos atribuidos a la herbolaria en la cosmovisión indígena, donde lo médico, lo espiritual y lo mágico estaban profundamente entrelazados. Para los nahuas, las plantas no solo eran herramientas curativas, sino que también podían tener un poder transformador y simbólico, dependiendo de quién las utilizara y con qué propósito. En este contexto, la herbolaria no solo servía para sanar, sino también para protegerse, para interactuar con lo sobrenatural y, en algunos casos, para manipular las energías que fluían entre los seres humanos y el mundo espiritual (Sahagún, 2019).

 

Los árboles como ejes cósmicos y su relevancia simbólica

En la cosmovisión mesoamericana, los árboles no solo eran vistos como elementos de la naturaleza, sino como ejes cósmicos que conectaban el mundo terrenal con lo divino, desempeñando un papel fundamental en la estructura del universo. Estos árboles eran considerados sagrados y representaban la interconexión entre los diferentes planos de existencia: el mundo físico, el mundo subterráneo y el cielo. En este contexto, árboles como el ahuehuetl (Taxodium mucronatum) y la ceiba (Ceiba pentandra) destacan tanto por su simbolismo como por su utilidad en la vida cotidiana de los pueblos mesoamericanos.

 

El ahuehuetl, un majestuoso árbol de gran altura, estaba particularmente asociado con Tláloc, el dios de la lluvia y la fertilidad. Este árbol no solo era venerado por su tamaño y longevidad, sino que también se consideraba un punto de conexión con los elementos divinos. El ahuehuetl simbolizaba la presencia de Tláloc en la tierra y su capacidad para asegurar la prosperidad de las cosechas a través de la lluvia. Además, este árbol se erigía como un marcador del tiempo sagrado, pues en muchos casos su presencia estaba relacionada con rituales y ceremonias que se realizaban en momentos específicos del calendario agrícola. Así, el ahuehuetl no solo tenía un valor funcional como fuente de sombra o madera, sino que también servía como un punto de reunión comunitaria para realizar ceremonias religiosas y de agradecimiento a los dioses (Hernández, 1651).

 

Por otro lado, la ceiba, otro de los árboles sagrados de la región mesoamericana, era considerada como el eje del mundo, una conexión directa entre los planos terrenal y celestial. La ceiba era un árbol venerado por su tamaño imponente y su capacidad para crecer en diversas regiones de Mesoamérica, convirtiéndose en un símbolo de la estabilidad y la continuidad del cosmos. En la visión mesoamericana, la ceiba representaba un puente entre los dioses y los humanos, un espacio donde los espíritus podían descender del cielo y ascender hacia él. Este árbol, como el ahuehuetl, también tenía un papel en la organización del tiempo sagrado, marcando los lugares donde se celebraban importantes festividades religiosas y rituales (León-Portilla, 2012).

 

Ambos árboles, aunque distintos en sus características y simbolismos, compartían una función común en la vida espiritual y cotidiana de los pueblos mesoamericanos: actuar como puntos de reunión para la comunidad y como símbolos de la relación entre los humanos y lo divino. Además, su utilidad práctica en la vida diaria —como fuentes de madera, sombra y recursos materiales— se veía estrechamente vinculada con su valor sagrado. Los árboles, por lo tanto, no solo cumplían con una función ecológica y material, sino que eran elementos esenciales para la organización de la vida comunitaria, la práctica religiosa y la concepción del tiempo sagrado en la cosmovisión indígena (Hernández, 1651; León-Portilla, 2012).

 

Aplicaciones medicinales y rituales de las plantas

La herbolaria mesoamericana era un sistema de conocimientos que abarcaba tanto el tratamiento de enfermedades físicas como el bienestar espiritual, reflejando la visión integral de la salud que poseían los pueblos indígenas. Esta práctica estaba profundamente conectada con su cosmovisión, en la que la salud no solo dependía del equilibrio físico, sino también de la armonía entre el ser humano y el mundo espiritual. Entre las plantas utilizadas para tratamientos físicos, el tepatli se destacaba como un remedio comúnmente utilizado para aliviar dolores musculares y otros malestares corporales. Esta planta, junto con otras hierbas, era aplicada de diversas formas —como infusiones o ungüentos— para aliviar las tensiones y mejorar el bienestar físico de los individuos.

 

Por otro lado, plantas como el yauhtli (cempasúchil) tenían un papel crucial en los rituales funerarios y en la conmemoración de los muertos. Este uso de las plantas en contextos espirituales refleja la creencia de que ciertos elementos naturales podían ayudar a los espíritus a trascender o a establecer comunicación con el mundo de los muertos. El yauhtli no solo era apreciado por su color vibrante y su fragancia, sino también por su capacidad simbólica de guiar las almas en su viaje al inframundo, lo que lo convertía en un componente esencial de las ofrendas funerarias. En este contexto, la herbolaria no solo tenía una dimensión curativa, sino también ritualística, ligada a las creencias religiosas y espirituales de los pueblos nahuas (Sahagún, 2019).

 

Además, plantas como el peyote y el toloache eran utilizadas con fines alucinógenos durante ceremonias religiosas y rituales, permitiendo a los participantes entrar en estados alterados de conciencia para comunicarse con lo divino o recibir visiones. Estas plantas, cargadas de poder simbólico, eran consumidas en ceremonias dirigidas por sacerdotes o chamanes, quienes guiaban a los participantes en la búsqueda de visiones, conocimientos divinos o revelaciones espirituales. El uso del peyote, por ejemplo, estaba vinculado con la conexión directa con los dioses, en especial con la capacidad de alcanzar un entendimiento más profundo de la naturaleza y el cosmos.

 

Sahagún, en su obra exhaustiva sobre la cultura y los saberes nahuas, también documentó las propiedades medicinales de diversas resinas, entre ellas el copal. Esta resina, derivada de árboles como el bursera, tenía un uso doble: por un lado, se utilizaba en rituales espirituales como parte de las limpias, donde su humo servía para purificar el ambiente y alejar las malas energías, y por otro, se empleaba en tratamientos medicinales debido a sus propiedades bactericidas y antiinflamatorias. El copal, por lo tanto, tenía un valor tanto práctico como espiritual, sirviendo para la sanación física y para mantener el equilibrio espiritual de la comunidad (Sahagún, 2019).

 

Integración entre saberes indígenas y europeos

La llegada de Francisco Hernández a la Nueva España y la publicación de su obra Historia Natural de la Nueva España marcaron un punto de convergencia entre las tradiciones medicinales de Europa y las prácticas curativas de Mesoamérica. Como médico y naturalista al servicio del rey Felipe II, Hernández emprendió un ambicioso proyecto para estudiar la flora del Nuevo Mundo y documentar las propiedades de las plantas utilizadas por los pueblos indígenas, lo que permitió crear un puente entre los conocimientos botánicos europeos y los de las culturas mesoamericanas. Su obra no solo recopiló una vasta cantidad de información sobre las plantas, sino que también resaltó la sofisticación y la efectividad de los tratamientos medicinales indígenas, contribuyendo a la comprensión y valoración de las prácticas curativas autóctonas en Europa.

 

Entre las plantas documentadas por Hernández, destaca el cuetlaxochitl, más conocida como la flor de Nochebuena (Euphorbia pulcherrima), que posee propiedades antiinflamatorias y se utilizaba en la medicina tradicional indígena para aliviar dolencias diversas. Este ejemplar, hoy ampliamente conocido en todo el mundo, fue descrito por Hernández por sus propiedades curativas, un aspecto que sorprendió a muchos de los estudiosos europeos que aún desconocían las aplicaciones medicinales de las plantas americanas. La flor de Nochebuena no solo era apreciada por su belleza, sino también por sus efectos terapéuticos, que se extendían más allá del ámbito físico, asociándose también con prácticas rituales y espirituales en la tradición indígena.

 

Otra planta importante documentada por Hernández fue el huacalxóchitl (nombre común para varias especies del género Justicia), utilizada por los pueblos indígenas para tratar enfermedades respiratorias, como tos y resfriados. Esta planta, con propiedades expectorantes y antiinflamatorias, era un remedio comúnmente empleado en el tratamiento de problemas pulmonares, y su efectividad quedó registrada en los textos de Hernández. Este tipo de plantas, que tenían usos muy específicos en la medicina indígena, proporcionaron a los estudiosos europeos una visión más profunda de las prácticas medicinales del Nuevo Mundo y destacaron la valiosa contribución de los pueblos mesoamericanos al conocimiento botánico global (Hernández, 1651).

 

A través de sus investigaciones, Hernández no solo documentó las propiedades medicinales de las plantas, sino que también abrió el camino para un entendimiento más amplio sobre la biodiversidad de América y su relevancia para la medicina europea. La obra de Hernández sirvió como una ventana para que los europeos comprendieran las riquezas naturales del Nuevo Mundo, al mismo tiempo que reconocían la sofisticación de las prácticas médicas indígenas, las cuales ya habían desarrollado un conocimiento profundo de la flora local mucho antes de la llegada de los colonizadores. Según Klor de Alva (2009), el trabajo de Hernández fue crucial para mostrar que las culturas indígenas poseían un vasto conocimiento sobre las plantas y sus aplicaciones, conocimiento que a menudo había sido desestimado o ignorado por la mirada eurocéntrica de la época.

 

Así, la Historia Natural de la Nueva España no solo fue una obra científica que contribuyó al conocimiento botánico de la época, sino también un testimonio del encuentro entre dos mundos de saberes, donde la tradición indígena fue reconocida por su valor y efectividad en el ámbito de la medicina.

 

Relevancia contemporánea

El legado de la herbolaria mesoamericana y el conocimiento sobre los árboles descritos por Fray Bernardino de Sahagún continúa siendo relevante en las comunidades indígenas de hoy en día, así como en la medicina moderna. La obra de Sahagún no solo rescató los saberes ancestrales, sino que también ofreció una valiosa perspectiva sobre la relación profunda y simbiótica que los pueblos nahuas mantenían con su entorno natural. Las plantas y árboles descritos por Sahagún, que abarcan desde remedios medicinales hasta elementos sagrados en los rituales, siguen siendo utilizados por las comunidades indígenas en la actualidad, lo que demuestra la vigencia de estos conocimientos a lo largo de los siglos.

 

Investigaciones actuales han corroborado la eficacia de muchas de las propiedades medicinales documentadas por Sahagún y otros cronistas, confirmando que diversas plantas y árboles utilizados en la herbolaria tradicional mesoamericana poseen verdaderas propiedades curativas. Por ejemplo, plantas como el tepatli y el yauhtli, entre otras, siguen siendo utilizadas en la medicina popular de comunidades rurales y urbanas para tratar diversas enfermedades. Estos hallazgos científicos no solo validan el conocimiento ancestral, sino que también subrayan la importancia de preservar y documentar estos saberes, pues muchas de las especies mencionadas por Sahagún tienen propiedades que pueden contribuir a la medicina moderna. Esta convergencia entre el conocimiento indígena y la ciencia contemporánea pone de relieve la relevancia de los saberes tradicionales en el tratamiento de enfermedades y en la investigación farmacológica.

 

La obra de Sahagún, por lo tanto, no solo fue un esfuerzo por documentar los saberes de los pueblos nahuas, sino también un testimonio de la riqueza cultural y espiritual de estas comunidades. A través de su meticulosa recopilación de información, Sahagún ofreció una visión integral de la relación de los nahuas con la naturaleza, una relación que abarcaba tanto lo práctico, a través de la herbolaria y el uso medicinal de las plantas, como lo simbólico, mediante su conexión con lo divino y lo espiritual. Los árboles, como el ahuehuetl y la ceiba, no solo eran vistos como recursos materiales, sino como entidades sagradas, ejes cósmicos que conectaban los mundos terrenal y divino (Aguilar Contreras, 2009).

 

Además, Sahagún evidenció cómo la naturaleza formaba parte de un sistema de creencias y prácticas que integraba el bienestar físico, emocional y espiritual de los seres humanos. Su obra ofreció a los europeos una ventana hacia el mundo de los pueblos nahuas, mostrando una cosmovisión en la que lo natural y lo divino no estaban separados, sino que coexistían en una interacción constante y dinámica. Como destaca Bierhorst (2009), la recopilación de estos saberes no solo fue una tarea de conservación de la tradición, sino un acto de reconocimiento de la profunda espiritualidad que animaba a estas comunidades.

 

Hoy en día, la preservación de este conocimiento ancestral sigue siendo fundamental no solo para las comunidades indígenas, sino también para la humanidad en su conjunto, ya que muchas de estas prácticas pueden ofrecer soluciones sostenibles y efectivas a problemas de salud actuales. La riqueza cultural y espiritual que Sahagún documentó sigue siendo un recurso invaluable para entender la conexión entre los seres humanos y su entorno natural, recordándonos la importancia de aprender y respetar las tradiciones que nos han sido legadas.

 

Conclusión

La "Historia General de las Cosas de la Nueva España" de Fray Bernardino de Sahagún es una fuente invaluable para comprender la complejidad de la herbolaria y el simbolismo de los árboles en la cosmovisión mesoamericana. A través de su clasificación meticulosa y su integración de perspectivas indígenas, Sahagún preservó un saber ancestral que trasciende hasta nuestros días, fortaleciendo el diálogo intercultural y subrayando la relevancia de la naturaleza como fuente de vida y espiritualidad.


Fuentes:

1.      Sahagún, Bernardino de. 2019. *Historia General de las Cosas de la Nueva España*. Edición de Porrúa.

2.      De la Cruz, Martín, y Juan Badiano. 1552. *Libellus de Medicinalibus Indorum Herbis*. Traducido al latín por Juan Badiano.

3.      Hernández, Francisco. 1651. *Historia Natural de la Nueva España*.

1.      Aguilar Contreras, Abigail. 2009. "El uso de las plantas medicinales en la actualidad: Tradición y ciencia". Revista Mexicana de Biodiversidad 80(1): 81-90.

2.      Bierhorst, John. 2009. *Cantares Mexicanos: Songs of the Aztecs*. Stanford, CA: Stanford University Press.

3.      Klor de Alva, J. Jorge. 2009. "La herbolaria en la obra de Sahagún: un enfoque interdisciplinario". En *La Medicina Tradicional en Mesoamérica*, editado por Miguel León-Portilla, pp. 123-150. México: Fondo de Cultura Económica.

4.      León-Portilla, Miguel. 2012. "La visión indígena de la naturaleza en la obra de Sahagún". En *Fray Bernardino de Sahagún: Presente y Futuro*, editado por Ascensión Hernández de León-Portilla, pp. 75-98. México: Universidad Nacional Autónoma de México.

5.      López Austin, Alfredo. 2002. "Sahagún y el universo de los símbolos vegetales". En *Estudios de Cultura Náhuatl*, vol. 33, pp. 15-45. México: Universidad Nacional Autónoma de México.

6.      Ortiz de Montellano, Bernard R. 2005. *Aztec Medicine, Health, and Nutrition*. New Brunswick, NJ: Rutgers University Press.



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