Para empezar esta entrada quiero escribir unas cuantas palabras que salen de lo más profundo de mi ser:
No porque hable y difunde continuamente a través de mis redes sociales la música popular mexicana de 1910 a 1955 no quiere decir que otros temas no me interesan y, aunque considero que mi aporte a futuro será historizar todo esto que he venido haciendo y rescatando sobre los cantantes y su arte, es por ello que, acabando este ensayo que he venido construyendo desde noviembre del año 2024, quiero dejarlo aquí para su lectura y para rescatar en algún momento de mi historia personal, es por ello que buscando otros horizontes también quiero publicarlo, sin mayor pretensión alguna que no sea el de difundir los saberes de mis ancestros.
Sin más que añadir, empecemos.
Introducción.
La herbolaria y los árboles son
aspectos fundamentales para comprender la relación entre las culturas
prehispánicas y la naturaleza, especialmente a través de la obra Historia
General de las Cosas de la Nueva España de Fray Bernardino de Sahagún. Esta enciclopedia
del siglo XVI, uno de los compendios más completos sobre las costumbres y
prácticas de los pueblos nahuas, recopila un vasto conocimiento sobre la vida
cotidiana de estas sociedades. En ella, los árboles y las plantas no solo se
presentan como recursos materiales esenciales, sino que también adquieren un
valor simbólico y sagrado. Para los pueblos nahuas, las plantas y los árboles
formaban parte de la cosmología, con significados profundos relacionados con la
espiritualidad y la medicina. Sahagún (2019) señala que estos elementos
naturales desempeñaban un papel vital tanto en las prácticas curativas como en
los rituales, sirviendo como agentes de sanación y símbolos de las fuerzas
divinas. Además, López Austin (2002) resalta cómo el conocimiento herbolario de
los nahuas estaba intrínsecamente vinculado a su cosmovisión, donde cada planta
y árbol tenía un propósito específico en la interacción entre el mundo material
y el espiritual. En este sentido, los árboles y las plantas no solo eran
recursos para la subsistencia, sino que formaban parte de un sistema de
creencias más amplio que conectaba lo humano con lo divino y lo físico con lo
trascendental. Así, la Historia General de las Cosas de la Nueva España no solo
ofrece una visión detallada de las costumbres nahuas, sino que también invita a
reflexionar sobre cómo estas culturas concebían su relación con la naturaleza,
reconociendo su importancia tanto a nivel práctico como simbólico.
La herbolaria como ciencia
prehispánica
La herbolaria mesoamericana,
especialmente en las culturas nahuas, era una práctica profundamente
sistemática que combinaba la observación meticulosa de la naturaleza con una
constante experimentación. Este conocimiento no solo se transmitía de generación
en generación de manera oral, sino que también fue recogido en algunos
registros escritos, como el Códice Badiano, una de las fuentes más
representativas de la herbolaria prehispánica (De la Cruz y Badiano, 1552).
Este códice, que data de principios del siglo XVI, contiene una vasta
recopilación de plantas medicinales utilizadas por los pueblos nahuas, y su
formato pictográfico refleja la importancia de las plantas en la vida cotidiana
y en la medicina tradicional. A través de estas representaciones visuales, los
conocimientos sobre las propiedades curativas de las plantas eran accesibles
tanto a los especialistas como a la comunidad en general.
La concepción nahua de la salud iba
mucho más allá de lo físico. Para ellos, el bienestar no solo implicaba la
ausencia de enfermedades, sino que también requería un equilibrio integral que
abarcaba lo espiritual, lo emocional y lo social. La salud estaba ligada a la
armonía del individuo con su comunidad y con el mundo natural. Esta visión
holística estaba fuertemente influenciada por su cosmovisión, que consideraba
que el cuerpo humano no podía entenderse de manera aislada, sino como parte de
un todo interconectado con el entorno natural y el orden cósmico. De acuerdo
con Ortiz de Montellano (2005), enfermedades como las "calenturas" o
los "aires" no se veían simplemente como trastornos físicos, sino
como manifestaciones de desequilibrios más profundos entre el individuo, su
entorno y su comunidad. Estos desequilibrios podían ser provocados por factores
como el mal comportamiento, la ruptura de normas sociales, o incluso la
disonancia espiritual, lo que exigía un enfoque terapéutico que integraba tanto
la medicina física como la resolución de estos desajustes espirituales y
emocionales.
Además de las plantas medicinales,
los nahuas recurrían a rituales y ceremonias religiosas para restaurar el
equilibrio perdido. La herbolaria no solo era utilizada por los tlamatini
(sabios o curanderos), sino que se extendía a toda la sociedad, donde la
transmisión de conocimientos sobre las propiedades de las plantas y las
prácticas curativas era parte del tejido social. Las plantas, por tanto, no
eran solo recursos materiales, sino símbolos de la relación simbiótica entre el
ser humano y el cosmos, que debía ser cuidada para garantizar la salud
colectiva. Esta integración de lo físico, lo espiritual y lo social es clave
para comprender la medicina nahua, un sistema de conocimiento profundamente
arraigado en su visión del mundo.
El papel de los informantes en la
obra de Sahagún
Fray Bernardino de Sahagún, uno de
los principales cronistas y misioneros de la Nueva España, jugó un papel
fundamental en la recopilación de conocimientos sobre la flora de Mesoamérica,
especialmente en lo que respecta a las propiedades, usos y simbolismos de
diversas plantas y árboles. Sahagún trabajó de manera colaborativa con
informantes nativos, lo que le permitió obtener una perspectiva precisa y rica
sobre la herbolaria y su lugar en la cultura nahua. Su meticulosa clasificación
y documentación de estas plantas reflejan la complejidad y la organización del
conocimiento nahua, que dividía a las especies en diferentes categorías según
su uso y significado. Sahagún no solo documentó las propiedades medicinales de
los árboles y plantas, sino también sus significados espirituales y culturales,
lo que nos ofrece una visión integral de cómo los nahuas interactuaban con la
naturaleza.
Esta clasificación de las plantas en
categorías como medicinales, sagradas, alimenticias y de construcción muestra
el carácter funcional y simbólico que los nahuas otorgaban a su entorno
natural. Cada tipo de planta o árbol no solo tenía un valor práctico, sino
también un significado espiritual que estaba relacionado con las creencias
religiosas y cosmogónicas de los pueblos nahuas. Por ejemplo, plantas como el
iztác patli ("medicina blanca") y el xicamatl (jícama) fueron
documentadas por Sahagún con gran detalle. El iztác patli, conocido por sus
propiedades curativas, era utilizado en tratamientos para diversas
enfermedades, mientras que el xicamatl, además de su valor como alimento, tenía
un fuerte simbolismo en la cultura nahua, vinculado con la fertilidad y la
abundancia. Sahagún documentó no solo los nombres de estas plantas en náhuatl,
sino también sus aplicaciones médicas y su valor cultural (López Austin, 2002).
Esta información es invaluable, pues nos permite entender cómo las plantas no
eran vistas solo como recursos utilitarios, sino como elementos vitales que
formaban parte de un sistema más amplio de creencias que integraba la salud, la
espiritualidad y la cosmovisión de los nahuas.
Además, esta labor de documentación
realizada por Sahagún va más allá de una simple recopilación de datos
botánicos. Al incluir tanto las aplicaciones prácticas como los significados
simbólicos de las plantas, Sahagún nos ofrece una visión profunda de la
relación entre los nahuas y su entorno natural. Los árboles y las plantas no
eran solo materia prima para la medicina o la construcción; representaban la
conexión entre los seres humanos y lo divino, formando parte de una red de
saberes que integraba lo físico y lo espiritual, lo cotidiano y lo
trascendental. La obra de Sahagún, por lo tanto, es fundamental para comprender
cómo las culturas prehispánicas concebían su entorno natural como un todo
interconectado, donde el conocimiento sobre las plantas y su uso se veía como
un medio para mantener el equilibrio entre el hombre, la naturaleza y los
dioses.
Usuarios de las plantas en la cultura
nahua
En la obra de Fray Bernardino de
Sahagún, se detalla cómo las plantas no solo desempeñaban un papel central en
la medicina, sino que eran utilizadas por diferentes grupos dentro de la
sociedad nahua, cada uno con roles específicos en la administración de la
salud, la espiritualidad y las prácticas rituales. Los ticitl, o médicos
indígenas, eran los encargados de emplear plantas medicinales en tratamientos
tanto físicos como espirituales. Estos especialistas no solo administraban
remedios herbales para aliviar enfermedades físicas, sino que también guiaban
rituales y ceremonias destinadas a equilibrar el cuerpo y el alma. Para los
nahuas, la enfermedad no se limitaba a una disfunción física, sino que también
podía ser vista como un desequilibrio en el plano espiritual. Así, los ticitl
actuaban como mediadores entre los mundos físico y espiritual, utilizando
plantas con propiedades curativas junto con oraciones y ofrendas para restaurar
la salud en su totalidad (Sahagún, 2019).
Por otro lado, en la sociedad nahua
existían figuras asociadas con prácticas mágicas y esotéricas, como los
nahuales y los tlaciuhqui, quienes también empleaban plantas con fines
específicos, pero en este caso relacionados con lo esotérico y lo místico. Los
nahuales, individuos que poseían la capacidad de transformarse en animales o
asumir otras formas a través de poderes sobrenaturales, utilizaban plantas como
el peyote y el toloache durante ceremonias religiosas o rituales destinados a
obtener visiones o comunicarse con el mundo espiritual. Estos rituales eran
fundamentales para la interacción con los dioses y con fuerzas invisibles, y
las plantas se veían como vehículos para alcanzar estados alterados de
conciencia y contacto con lo divino (Sahagún, 2019).
Además de los nahuales y los
tlaciuhqui, Sahagún también menciona a los santibanquis, o curanderos
ambulantes, quienes desempeñaban un papel crucial en la recolección y
distribución de plantas medicinales a lo largo de diferentes regiones. Estos
curanderos itinerantes viajaban por las aldeas y pueblos, utilizando su
conocimiento de las plantas para realizar curaciones y limpias. Su habilidad
para identificar y recolectar plantas de diversas regiones les permitía tratar
una amplia variedad de enfermedades, y su conocimiento estaba basado tanto en
la experiencia práctica como en la tradición oral transmitida a lo largo de
generaciones (Sahagún, 2019).
Finalmente, Sahagún también hace
referencia a los brujos, quienes utilizaban ciertas plantas con fines más
oscuros, como lanzar maldiciones o manipular energías negativas. Estas
prácticas reflejan el vasto espectro de usos atribuidos a la herbolaria en la
cosmovisión indígena, donde lo médico, lo espiritual y lo mágico estaban
profundamente entrelazados. Para los nahuas, las plantas no solo eran
herramientas curativas, sino que también podían tener un poder transformador y
simbólico, dependiendo de quién las utilizara y con qué propósito. En este
contexto, la herbolaria no solo servía para sanar, sino también para
protegerse, para interactuar con lo sobrenatural y, en algunos casos, para
manipular las energías que fluían entre los seres humanos y el mundo espiritual
(Sahagún, 2019).
Los árboles como ejes cósmicos y su
relevancia simbólica
En la cosmovisión mesoamericana, los
árboles no solo eran vistos como elementos de la naturaleza, sino como ejes
cósmicos que conectaban el mundo terrenal con lo divino, desempeñando un papel
fundamental en la estructura del universo. Estos árboles eran considerados
sagrados y representaban la interconexión entre los diferentes planos de
existencia: el mundo físico, el mundo subterráneo y el cielo. En este contexto,
árboles como el ahuehuetl (Taxodium mucronatum) y la ceiba (Ceiba pentandra)
destacan tanto por su simbolismo como por su utilidad en la vida cotidiana de
los pueblos mesoamericanos.
El ahuehuetl, un majestuoso árbol de
gran altura, estaba particularmente asociado con Tláloc, el dios de la lluvia y
la fertilidad. Este árbol no solo era venerado por su tamaño y longevidad, sino
que también se consideraba un punto de conexión con los elementos divinos. El
ahuehuetl simbolizaba la presencia de Tláloc en la tierra y su capacidad para
asegurar la prosperidad de las cosechas a través de la lluvia. Además, este
árbol se erigía como un marcador del tiempo sagrado, pues en muchos casos su presencia
estaba relacionada con rituales y ceremonias que se realizaban en momentos
específicos del calendario agrícola. Así, el ahuehuetl no solo tenía un valor
funcional como fuente de sombra o madera, sino que también servía como un punto
de reunión comunitaria para realizar ceremonias religiosas y de agradecimiento
a los dioses (Hernández, 1651).
Por otro lado, la ceiba, otro de los
árboles sagrados de la región mesoamericana, era considerada como el eje del
mundo, una conexión directa entre los planos terrenal y celestial. La ceiba era
un árbol venerado por su tamaño imponente y su capacidad para crecer en
diversas regiones de Mesoamérica, convirtiéndose en un símbolo de la
estabilidad y la continuidad del cosmos. En la visión mesoamericana, la ceiba
representaba un puente entre los dioses y los humanos, un espacio donde los
espíritus podían descender del cielo y ascender hacia él. Este árbol, como el
ahuehuetl, también tenía un papel en la organización del tiempo sagrado,
marcando los lugares donde se celebraban importantes festividades religiosas y
rituales (León-Portilla, 2012).
Ambos árboles, aunque distintos en
sus características y simbolismos, compartían una función común en la vida
espiritual y cotidiana de los pueblos mesoamericanos: actuar como puntos de
reunión para la comunidad y como símbolos de la relación entre los humanos y lo
divino. Además, su utilidad práctica en la vida diaria —como fuentes de madera,
sombra y recursos materiales— se veía estrechamente vinculada con su valor
sagrado. Los árboles, por lo tanto, no solo cumplían con una función ecológica
y material, sino que eran elementos esenciales para la organización de la vida
comunitaria, la práctica religiosa y la concepción del tiempo sagrado en la
cosmovisión indígena (Hernández, 1651; León-Portilla, 2012).
Aplicaciones medicinales y rituales
de las plantas
La herbolaria mesoamericana era un
sistema de conocimientos que abarcaba tanto el tratamiento de enfermedades
físicas como el bienestar espiritual, reflejando la visión integral de la salud
que poseían los pueblos indígenas. Esta práctica estaba profundamente conectada
con su cosmovisión, en la que la salud no solo dependía del equilibrio físico,
sino también de la armonía entre el ser humano y el mundo espiritual. Entre las
plantas utilizadas para tratamientos físicos, el tepatli se destacaba como un remedio
comúnmente utilizado para aliviar dolores musculares y otros malestares
corporales. Esta planta, junto con otras hierbas, era aplicada de diversas
formas —como infusiones o ungüentos— para aliviar las tensiones y mejorar el
bienestar físico de los individuos.
Por otro lado, plantas como el
yauhtli (cempasúchil) tenían un papel crucial en los rituales funerarios y en
la conmemoración de los muertos. Este uso de las plantas en contextos
espirituales refleja la creencia de que ciertos elementos naturales podían ayudar
a los espíritus a trascender o a establecer comunicación con el mundo de los
muertos. El yauhtli no solo era apreciado por su color vibrante y su fragancia,
sino también por su capacidad simbólica de guiar las almas en su viaje al
inframundo, lo que lo convertía en un componente esencial de las ofrendas
funerarias. En este contexto, la herbolaria no solo tenía una dimensión
curativa, sino también ritualística, ligada a las creencias religiosas y
espirituales de los pueblos nahuas (Sahagún, 2019).
Además, plantas como el peyote y el
toloache eran utilizadas con fines alucinógenos durante ceremonias religiosas y
rituales, permitiendo a los participantes entrar en estados alterados de
conciencia para comunicarse con lo divino o recibir visiones. Estas plantas,
cargadas de poder simbólico, eran consumidas en ceremonias dirigidas por
sacerdotes o chamanes, quienes guiaban a los participantes en la búsqueda de
visiones, conocimientos divinos o revelaciones espirituales. El uso del peyote,
por ejemplo, estaba vinculado con la conexión directa con los dioses, en
especial con la capacidad de alcanzar un entendimiento más profundo de la
naturaleza y el cosmos.
Sahagún, en su obra exhaustiva sobre
la cultura y los saberes nahuas, también documentó las propiedades medicinales
de diversas resinas, entre ellas el copal. Esta resina, derivada de árboles
como el bursera, tenía un uso doble: por un lado, se utilizaba en rituales
espirituales como parte de las limpias, donde su humo servía para purificar el
ambiente y alejar las malas energías, y por otro, se empleaba en tratamientos
medicinales debido a sus propiedades bactericidas y antiinflamatorias. El
copal, por lo tanto, tenía un valor tanto práctico como espiritual, sirviendo
para la sanación física y para mantener el equilibrio espiritual de la
comunidad (Sahagún, 2019).
Integración entre saberes indígenas y
europeos
La llegada de Francisco Hernández a
la Nueva España y la publicación de su obra Historia Natural de la Nueva España
marcaron un punto de convergencia entre las tradiciones medicinales de Europa y
las prácticas curativas de Mesoamérica. Como médico y naturalista al servicio
del rey Felipe II, Hernández emprendió un ambicioso proyecto para estudiar la
flora del Nuevo Mundo y documentar las propiedades de las plantas utilizadas
por los pueblos indígenas, lo que permitió crear un puente entre los conocimientos
botánicos europeos y los de las culturas mesoamericanas. Su obra no solo
recopiló una vasta cantidad de información sobre las plantas, sino que también
resaltó la sofisticación y la efectividad de los tratamientos medicinales
indígenas, contribuyendo a la comprensión y valoración de las prácticas
curativas autóctonas en Europa.
Entre las plantas documentadas por
Hernández, destaca el cuetlaxochitl, más conocida como la flor de Nochebuena
(Euphorbia pulcherrima), que posee propiedades antiinflamatorias y se utilizaba
en la medicina tradicional indígena para aliviar dolencias diversas. Este
ejemplar, hoy ampliamente conocido en todo el mundo, fue descrito por Hernández
por sus propiedades curativas, un aspecto que sorprendió a muchos de los
estudiosos europeos que aún desconocían las aplicaciones medicinales de las
plantas americanas. La flor de Nochebuena no solo era apreciada por su belleza,
sino también por sus efectos terapéuticos, que se extendían más allá del ámbito
físico, asociándose también con prácticas rituales y espirituales en la
tradición indígena.
Otra planta importante documentada
por Hernández fue el huacalxóchitl (nombre común para varias especies del
género Justicia), utilizada por los pueblos indígenas para tratar enfermedades
respiratorias, como tos y resfriados. Esta planta, con propiedades
expectorantes y antiinflamatorias, era un remedio comúnmente empleado en el
tratamiento de problemas pulmonares, y su efectividad quedó registrada en los
textos de Hernández. Este tipo de plantas, que tenían usos muy específicos en
la medicina indígena, proporcionaron a los estudiosos europeos una visión más
profunda de las prácticas medicinales del Nuevo Mundo y destacaron la valiosa
contribución de los pueblos mesoamericanos al conocimiento botánico global
(Hernández, 1651).
A través de sus investigaciones,
Hernández no solo documentó las propiedades medicinales de las plantas, sino
que también abrió el camino para un entendimiento más amplio sobre la
biodiversidad de América y su relevancia para la medicina europea. La obra de
Hernández sirvió como una ventana para que los europeos comprendieran las
riquezas naturales del Nuevo Mundo, al mismo tiempo que reconocían la
sofisticación de las prácticas médicas indígenas, las cuales ya habían
desarrollado un conocimiento profundo de la flora local mucho antes de la
llegada de los colonizadores. Según Klor de Alva (2009), el trabajo de
Hernández fue crucial para mostrar que las culturas indígenas poseían un vasto
conocimiento sobre las plantas y sus aplicaciones, conocimiento que a menudo
había sido desestimado o ignorado por la mirada eurocéntrica de la época.
Así, la Historia Natural de la Nueva
España no solo fue una obra científica que contribuyó al conocimiento botánico
de la época, sino también un testimonio del encuentro entre dos mundos de
saberes, donde la tradición indígena fue reconocida por su valor y efectividad
en el ámbito de la medicina.
Relevancia contemporánea
El legado de la herbolaria
mesoamericana y el conocimiento sobre los árboles descritos por Fray Bernardino
de Sahagún continúa siendo relevante en las comunidades indígenas de hoy en
día, así como en la medicina moderna. La obra de Sahagún no solo rescató los
saberes ancestrales, sino que también ofreció una valiosa perspectiva sobre la
relación profunda y simbiótica que los pueblos nahuas mantenían con su entorno
natural. Las plantas y árboles descritos por Sahagún, que abarcan desde
remedios medicinales hasta elementos sagrados en los rituales, siguen siendo
utilizados por las comunidades indígenas en la actualidad, lo que demuestra la
vigencia de estos conocimientos a lo largo de los siglos.
Investigaciones actuales han
corroborado la eficacia de muchas de las propiedades medicinales documentadas
por Sahagún y otros cronistas, confirmando que diversas plantas y árboles
utilizados en la herbolaria tradicional mesoamericana poseen verdaderas propiedades
curativas. Por ejemplo, plantas como el tepatli y el yauhtli, entre otras,
siguen siendo utilizadas en la medicina popular de comunidades rurales y
urbanas para tratar diversas enfermedades. Estos hallazgos científicos no solo
validan el conocimiento ancestral, sino que también subrayan la importancia de
preservar y documentar estos saberes, pues muchas de las especies mencionadas
por Sahagún tienen propiedades que pueden contribuir a la medicina moderna.
Esta convergencia entre el conocimiento indígena y la ciencia contemporánea
pone de relieve la relevancia de los saberes tradicionales en el tratamiento de
enfermedades y en la investigación farmacológica.
La obra de Sahagún, por lo tanto, no
solo fue un esfuerzo por documentar los saberes de los pueblos nahuas, sino
también un testimonio de la riqueza cultural y espiritual de estas comunidades.
A través de su meticulosa recopilación de información, Sahagún ofreció una
visión integral de la relación de los nahuas con la naturaleza, una relación
que abarcaba tanto lo práctico, a través de la herbolaria y el uso medicinal de
las plantas, como lo simbólico, mediante su conexión con lo divino y lo
espiritual. Los árboles, como el ahuehuetl y la ceiba, no solo eran vistos como
recursos materiales, sino como entidades sagradas, ejes cósmicos que conectaban
los mundos terrenal y divino (Aguilar Contreras, 2009).
Además, Sahagún evidenció cómo la
naturaleza formaba parte de un sistema de creencias y prácticas que integraba
el bienestar físico, emocional y espiritual de los seres humanos. Su obra
ofreció a los europeos una ventana hacia el mundo de los pueblos nahuas,
mostrando una cosmovisión en la que lo natural y lo divino no estaban
separados, sino que coexistían en una interacción constante y dinámica. Como
destaca Bierhorst (2009), la recopilación de estos saberes no solo fue una
tarea de conservación de la tradición, sino un acto de reconocimiento de la
profunda espiritualidad que animaba a estas comunidades.
Hoy en día, la preservación de este
conocimiento ancestral sigue siendo fundamental no solo para las comunidades
indígenas, sino también para la humanidad en su conjunto, ya que muchas de
estas prácticas pueden ofrecer soluciones sostenibles y efectivas a problemas
de salud actuales. La riqueza cultural y espiritual que Sahagún documentó sigue
siendo un recurso invaluable para entender la conexión entre los seres humanos
y su entorno natural, recordándonos la importancia de aprender y respetar las
tradiciones que nos han sido legadas.
Conclusión
La "Historia General de las
Cosas de la Nueva España" de Fray Bernardino de Sahagún es una fuente
invaluable para comprender la complejidad de la herbolaria y el simbolismo de
los árboles en la cosmovisión mesoamericana. A través de su clasificación
meticulosa y su integración de perspectivas indígenas, Sahagún preservó un
saber ancestral que trasciende hasta nuestros días, fortaleciendo el diálogo
intercultural y subrayando la relevancia de la naturaleza como fuente de vida y
espiritualidad.
Fuentes:
1.
Sahagún,
Bernardino de. 2019. *Historia General de las Cosas de la Nueva España*.
Edición de Porrúa.
2.
De
la Cruz, Martín, y Juan Badiano. 1552. *Libellus de Medicinalibus Indorum
Herbis*. Traducido al latín por Juan Badiano.
3.
Hernández,
Francisco. 1651. *Historia Natural de la Nueva España*.
1.
Aguilar
Contreras, Abigail. 2009. "El uso de las plantas medicinales en la
actualidad: Tradición y ciencia". Revista Mexicana de Biodiversidad 80(1):
81-90.
2.
Bierhorst,
John. 2009. *Cantares Mexicanos: Songs of the Aztecs*. Stanford, CA: Stanford
University Press.
3.
Klor
de Alva, J. Jorge. 2009. "La herbolaria en la obra de Sahagún: un enfoque
interdisciplinario". En *La Medicina Tradicional en Mesoamérica*, editado
por Miguel León-Portilla, pp. 123-150. México: Fondo de Cultura Económica.
4.
León-Portilla,
Miguel. 2012. "La visión indígena de la naturaleza en la obra de
Sahagún". En *Fray Bernardino de Sahagún: Presente y Futuro*, editado por
Ascensión Hernández de León-Portilla, pp. 75-98. México: Universidad Nacional
Autónoma de México.
5.
López
Austin, Alfredo. 2002. "Sahagún y el universo de los símbolos
vegetales". En *Estudios de Cultura Náhuatl*, vol. 33, pp. 15-45. México:
Universidad Nacional Autónoma de México.
6.
Ortiz
de Montellano, Bernard R. 2005. *Aztec Medicine, Health, and Nutrition*. New
Brunswick, NJ: Rutgers University Press.