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miércoles, 15 de enero de 2025

Volando sin ruido va por doquier: Gabilondo Soler, simbologías prehispánicas y cuidado a la naturaleza en un tango.

El autor.

Introducción


¿Sabes qué conecta el "Tango Medroso" de Francisco Gabilondo Soler con los búhos y lechuzas en el panteón mexica de Tenochtitlán?

Una antigua concepción qué suele representarse en cintas como "El Ahijado De La Muerte" o "Tizoc, Amor Indio" es que "Cuando el tecolote canta el indio muere", si bien, en cierto grado tiene cierto apego histórico, también se considera una muestra de la pérdida de los viejos símbolos qué habitaban en la Mesoamérica anterior a la conquista.

Pero primero refutemos el viejo dicho del indio qué muere:

Desarrollo

Los búhos o lechuzas eran símbolos del inframundo y, por ende, eran asociados también a los sacerdotes (quienes eran los "Caballeros Tecolotes" y que estudiaban en el Calmécac) y/o brujos.

El nombre mexica más común para el brujo, según Sahagún en su "Historia General De Las Cosas De La Nueva España", era el "tlacatecólotl" ("hombre búho"), individuo que, de cuerpo humano y cabeza de búho, podía pronunciar hechizos, los que se alojarían en varias partes del cuerpo y se "manifestarían" como piezas de hueso u obsidiana qué uno sacaría de su cuerpo al perecer. De ahí qué, con el pasar de los siglos, se volviera una mala manifestación.

Se ve al tecolote y a una deidad del Mictlán (Tierra De Los Muertos) deglutiendo a un hombre.

Más el búho o lechuza también eran asociados a los sueños, específicamente como protectores enviados por Yohualtecuhtli (Señor De La Noche en español y considerado como el "Dios de los sueños), como guardianes del sueño, a tal grado que la aparición de un búho en las cercanías de una casa era apreciada, ya que los malos sueños escapaban de las aves rapaces.

Pero, a pesar de ello, su canto y el hecho que bajará y golpeará la tierra con sus patas era considerado también mal augurio para los ancestros de la Cuenca de México y alrededores, esto al considerársele también un enviado de Mictlantecuhtli (El Señor Del Mictlán).

López Austin señala también que en el Códice Florentino (las notas en español fueron publicadas con el nombre de "Historia General De Las Cosas De La Nueva España"), los informantes de Fray Bernardino de Sahagún indican que los "hombre-búho" tienen un carácter malvado porque “Se sangra sobre la gente, pierde a la gente con embrujos, oprime el corazón de la gente […]

Búho Virginianus o cornudo.

Nótese en lo escrito atrás la cosmovisión dual (sol y luna, hombre y mujer, luz y oscuridad, vida y muerte) de los Mexicas.

Para los mayas, el xooch' se relacionaba con Itzamnaaj en su advocación de dragón celeste, del poder de la noche. También eran fieles servidores del Sol y la Luna. Eran las aves mensajeras de los dioses del Xibalba (inframundo maya), por lo que se les consideraba generalmente de mal agüero.


¿Qué tiene que ver con un tango de Gabilondo Soler?

El "Tango Medroso" empieza relatando características de animales y cosas, más llega un momento en la letra propia de la pieza empieza a hablar de la lechuza.

Tyto alba o
"lechuza de campanario"

"La voz del gallo

es horario del caballo.

La voz del perro

zozobra del ladrón.

La vieja puerta

de goznes que rechinan

temblando se despierta

con la voz del aldabón.

La luz del rayo

alumbra de soslayo.

El ronco trueno

dispara su cañón.

Y empieza a picar

sobre el tejado

el ritmo de la lluvia

como tango compadrón.

Allá, oculta en la noche

volando sin ruido va por doquier

siempre la buena lechuza

que todo lo sabe y todo lo ve.

Anda cazando

mil pesadillas

que como buitres

quieren caer,

caer en casas sencillas

turbando a la gente que piensa bien.

Pero la lechuza las ataca,

hace chuza, desbarata

y las tira con desdén.

Será tal vez que las noches

de negras tinieblas me dan terror;

como si algo muy raro

ande de puntillas a mi alrededor.

No soy valiente

ni lo remedo.

Yo siento miedo

de no sé qué.

Por eso grito: -- ¡Lechuza,

aquí has pesadillas, aprisa ven!

Ya que la lechuza las ataca,

hace chuza, desbarata

y las tira con desdén."

"Tango Medroso" - Francisco Gabilondo Soler -


En esta letra, relaciona Gabilondo Soler su canción con la vieja cosmogonía de la Cuenca de México, donde el buho es una entidad protectora del sueño, en este caso, viene a "hacer chuza", a desbaratar, a atacar a las pesadillas, con tal de que las gentes, la población, pueda dormir en paz.

CONCLUSIONES

En esta pieza me atrevería a decir, sin poder confirmarlo a ciencia cierta, que Don Francisco Gabilondo Soler llegó a estudiar también sobre la simbología propia del "Tecolote" en las viejas culturas indígenas. Aunque también importante mencionar es que, probablemente rescatará esa concepción debido a qué, con la mezcla qué hubo por el intercambio cultural qué ha habido desde 1521 (caída de Tenochtitlán) y 1542 (caída de las Ciudades Estado Mayas) se asoció a estas aves con las brujas y con el demonio, entidades del colectivo popular y religioso que se pueden transformar en estos animales que, al sentirse intimidados, erizan todo su cuerpo para hacerse aparentar más grandes. Este es motivo suficiente para que estas especies importantes del ecosistema sean asesinadas sin piedad ante la ignorancia de los hombres (hablando en general).

¿Qué motivó a Don Francisco a escribir tal tango? Una respuesta no poseo para esta cuestión, podrá haber sido el hecho de difundir el mensaje que las lechuzas (y búhos) no son malos, tratar de abordar la idea de qué no son brujas o el demonio o solamente con fines educativos, lo que es de impresionar y agradecer es el hecho de su rescaté de un viejo concepto perdido en el espacio y tiempo.

CANCIONES

"Tango Medroso", Francisco Gabilondo Soler y la Orq. de Chucho Ferrer, tango de Gabilondo Soler, 195X.


Texto y colección de David Huerta. La presente publicación se hace con fines de difusión cultural, sin ningún ánimo de lucro y para el conocimiento público del acervo musical mexicano.

miércoles, 18 de diciembre de 2024

Ensayo: De plantas, árboles y curanderos en Historia General De Las Cosas de la Nueva España de Fray Bernardino de Sahagun.

Cuetlaxochitl o Noche Buena.
Para empezar esta entrada quiero escribir unas cuantas palabras que salen de lo más profundo de mi ser:

No porque hable y difunde continuamente a través de mis redes sociales la música popular mexicana de 1910 a 1955 no quiere decir que otros temas no me interesan y, aunque considero que mi aporte a futuro será historizar todo esto que he venido haciendo y rescatando sobre los cantantes y su arte, es por ello que, acabando este ensayo que he venido construyendo desde noviembre del año 2024, quiero dejarlo aquí para su lectura y para rescatar en algún momento de mi historia personal, es por ello que buscando otros horizontes también quiero publicarlo, sin mayor pretensión alguna que no sea el de difundir los saberes de mis ancestros.

Sin más que añadir, empecemos.

Introducción.

La herbolaria y los árboles son aspectos fundamentales para comprender la relación entre las culturas prehispánicas y la naturaleza, especialmente a través de la obra Historia General de las Cosas de la Nueva España de Fray Bernardino de Sahagún. Esta enciclopedia del siglo XVI, uno de los compendios más completos sobre las costumbres y prácticas de los pueblos nahuas, recopila un vasto conocimiento sobre la vida cotidiana de estas sociedades. En ella, los árboles y las plantas no solo se presentan como recursos materiales esenciales, sino que también adquieren un valor simbólico y sagrado. Para los pueblos nahuas, las plantas y los árboles formaban parte de la cosmología, con significados profundos relacionados con la espiritualidad y la medicina. Sahagún (2019) señala que estos elementos naturales desempeñaban un papel vital tanto en las prácticas curativas como en los rituales, sirviendo como agentes de sanación y símbolos de las fuerzas divinas. Además, López Austin (2002) resalta cómo el conocimiento herbolario de los nahuas estaba intrínsecamente vinculado a su cosmovisión, donde cada planta y árbol tenía un propósito específico en la interacción entre el mundo material y el espiritual. En este sentido, los árboles y las plantas no solo eran recursos para la subsistencia, sino que formaban parte de un sistema de creencias más amplio que conectaba lo humano con lo divino y lo físico con lo trascendental. Así, la Historia General de las Cosas de la Nueva España no solo ofrece una visión detallada de las costumbres nahuas, sino que también invita a reflexionar sobre cómo estas culturas concebían su relación con la naturaleza, reconociendo su importancia tanto a nivel práctico como simbólico.

 

La herbolaria como ciencia prehispánica

La herbolaria mesoamericana, especialmente en las culturas nahuas, era una práctica profundamente sistemática que combinaba la observación meticulosa de la naturaleza con una constante experimentación. Este conocimiento no solo se transmitía de generación en generación de manera oral, sino que también fue recogido en algunos registros escritos, como el Códice Badiano, una de las fuentes más representativas de la herbolaria prehispánica (De la Cruz y Badiano, 1552). Este códice, que data de principios del siglo XVI, contiene una vasta recopilación de plantas medicinales utilizadas por los pueblos nahuas, y su formato pictográfico refleja la importancia de las plantas en la vida cotidiana y en la medicina tradicional. A través de estas representaciones visuales, los conocimientos sobre las propiedades curativas de las plantas eran accesibles tanto a los especialistas como a la comunidad en general.

 

La concepción nahua de la salud iba mucho más allá de lo físico. Para ellos, el bienestar no solo implicaba la ausencia de enfermedades, sino que también requería un equilibrio integral que abarcaba lo espiritual, lo emocional y lo social. La salud estaba ligada a la armonía del individuo con su comunidad y con el mundo natural. Esta visión holística estaba fuertemente influenciada por su cosmovisión, que consideraba que el cuerpo humano no podía entenderse de manera aislada, sino como parte de un todo interconectado con el entorno natural y el orden cósmico. De acuerdo con Ortiz de Montellano (2005), enfermedades como las "calenturas" o los "aires" no se veían simplemente como trastornos físicos, sino como manifestaciones de desequilibrios más profundos entre el individuo, su entorno y su comunidad. Estos desequilibrios podían ser provocados por factores como el mal comportamiento, la ruptura de normas sociales, o incluso la disonancia espiritual, lo que exigía un enfoque terapéutico que integraba tanto la medicina física como la resolución de estos desajustes espirituales y emocionales.

 

Además de las plantas medicinales, los nahuas recurrían a rituales y ceremonias religiosas para restaurar el equilibrio perdido. La herbolaria no solo era utilizada por los tlamatini (sabios o curanderos), sino que se extendía a toda la sociedad, donde la transmisión de conocimientos sobre las propiedades de las plantas y las prácticas curativas era parte del tejido social. Las plantas, por tanto, no eran solo recursos materiales, sino símbolos de la relación simbiótica entre el ser humano y el cosmos, que debía ser cuidada para garantizar la salud colectiva. Esta integración de lo físico, lo espiritual y lo social es clave para comprender la medicina nahua, un sistema de conocimiento profundamente arraigado en su visión del mundo.

 

El papel de los informantes en la obra de Sahagún

Fray Bernardino de Sahagún, uno de los principales cronistas y misioneros de la Nueva España, jugó un papel fundamental en la recopilación de conocimientos sobre la flora de Mesoamérica, especialmente en lo que respecta a las propiedades, usos y simbolismos de diversas plantas y árboles. Sahagún trabajó de manera colaborativa con informantes nativos, lo que le permitió obtener una perspectiva precisa y rica sobre la herbolaria y su lugar en la cultura nahua. Su meticulosa clasificación y documentación de estas plantas reflejan la complejidad y la organización del conocimiento nahua, que dividía a las especies en diferentes categorías según su uso y significado. Sahagún no solo documentó las propiedades medicinales de los árboles y plantas, sino también sus significados espirituales y culturales, lo que nos ofrece una visión integral de cómo los nahuas interactuaban con la naturaleza.

 

Esta clasificación de las plantas en categorías como medicinales, sagradas, alimenticias y de construcción muestra el carácter funcional y simbólico que los nahuas otorgaban a su entorno natural. Cada tipo de planta o árbol no solo tenía un valor práctico, sino también un significado espiritual que estaba relacionado con las creencias religiosas y cosmogónicas de los pueblos nahuas. Por ejemplo, plantas como el iztác patli ("medicina blanca") y el xicamatl (jícama) fueron documentadas por Sahagún con gran detalle. El iztác patli, conocido por sus propiedades curativas, era utilizado en tratamientos para diversas enfermedades, mientras que el xicamatl, además de su valor como alimento, tenía un fuerte simbolismo en la cultura nahua, vinculado con la fertilidad y la abundancia. Sahagún documentó no solo los nombres de estas plantas en náhuatl, sino también sus aplicaciones médicas y su valor cultural (López Austin, 2002). Esta información es invaluable, pues nos permite entender cómo las plantas no eran vistas solo como recursos utilitarios, sino como elementos vitales que formaban parte de un sistema más amplio de creencias que integraba la salud, la espiritualidad y la cosmovisión de los nahuas.

 

Además, esta labor de documentación realizada por Sahagún va más allá de una simple recopilación de datos botánicos. Al incluir tanto las aplicaciones prácticas como los significados simbólicos de las plantas, Sahagún nos ofrece una visión profunda de la relación entre los nahuas y su entorno natural. Los árboles y las plantas no eran solo materia prima para la medicina o la construcción; representaban la conexión entre los seres humanos y lo divino, formando parte de una red de saberes que integraba lo físico y lo espiritual, lo cotidiano y lo trascendental. La obra de Sahagún, por lo tanto, es fundamental para comprender cómo las culturas prehispánicas concebían su entorno natural como un todo interconectado, donde el conocimiento sobre las plantas y su uso se veía como un medio para mantener el equilibrio entre el hombre, la naturaleza y los dioses.

 

Usuarios de las plantas en la cultura nahua

En la obra de Fray Bernardino de Sahagún, se detalla cómo las plantas no solo desempeñaban un papel central en la medicina, sino que eran utilizadas por diferentes grupos dentro de la sociedad nahua, cada uno con roles específicos en la administración de la salud, la espiritualidad y las prácticas rituales. Los ticitl, o médicos indígenas, eran los encargados de emplear plantas medicinales en tratamientos tanto físicos como espirituales. Estos especialistas no solo administraban remedios herbales para aliviar enfermedades físicas, sino que también guiaban rituales y ceremonias destinadas a equilibrar el cuerpo y el alma. Para los nahuas, la enfermedad no se limitaba a una disfunción física, sino que también podía ser vista como un desequilibrio en el plano espiritual. Así, los ticitl actuaban como mediadores entre los mundos físico y espiritual, utilizando plantas con propiedades curativas junto con oraciones y ofrendas para restaurar la salud en su totalidad (Sahagún, 2019).

 

Por otro lado, en la sociedad nahua existían figuras asociadas con prácticas mágicas y esotéricas, como los nahuales y los tlaciuhqui, quienes también empleaban plantas con fines específicos, pero en este caso relacionados con lo esotérico y lo místico. Los nahuales, individuos que poseían la capacidad de transformarse en animales o asumir otras formas a través de poderes sobrenaturales, utilizaban plantas como el peyote y el toloache durante ceremonias religiosas o rituales destinados a obtener visiones o comunicarse con el mundo espiritual. Estos rituales eran fundamentales para la interacción con los dioses y con fuerzas invisibles, y las plantas se veían como vehículos para alcanzar estados alterados de conciencia y contacto con lo divino (Sahagún, 2019).

 

Además de los nahuales y los tlaciuhqui, Sahagún también menciona a los santibanquis, o curanderos ambulantes, quienes desempeñaban un papel crucial en la recolección y distribución de plantas medicinales a lo largo de diferentes regiones. Estos curanderos itinerantes viajaban por las aldeas y pueblos, utilizando su conocimiento de las plantas para realizar curaciones y limpias. Su habilidad para identificar y recolectar plantas de diversas regiones les permitía tratar una amplia variedad de enfermedades, y su conocimiento estaba basado tanto en la experiencia práctica como en la tradición oral transmitida a lo largo de generaciones (Sahagún, 2019).

 

Finalmente, Sahagún también hace referencia a los brujos, quienes utilizaban ciertas plantas con fines más oscuros, como lanzar maldiciones o manipular energías negativas. Estas prácticas reflejan el vasto espectro de usos atribuidos a la herbolaria en la cosmovisión indígena, donde lo médico, lo espiritual y lo mágico estaban profundamente entrelazados. Para los nahuas, las plantas no solo eran herramientas curativas, sino que también podían tener un poder transformador y simbólico, dependiendo de quién las utilizara y con qué propósito. En este contexto, la herbolaria no solo servía para sanar, sino también para protegerse, para interactuar con lo sobrenatural y, en algunos casos, para manipular las energías que fluían entre los seres humanos y el mundo espiritual (Sahagún, 2019).

 

Los árboles como ejes cósmicos y su relevancia simbólica

En la cosmovisión mesoamericana, los árboles no solo eran vistos como elementos de la naturaleza, sino como ejes cósmicos que conectaban el mundo terrenal con lo divino, desempeñando un papel fundamental en la estructura del universo. Estos árboles eran considerados sagrados y representaban la interconexión entre los diferentes planos de existencia: el mundo físico, el mundo subterráneo y el cielo. En este contexto, árboles como el ahuehuetl (Taxodium mucronatum) y la ceiba (Ceiba pentandra) destacan tanto por su simbolismo como por su utilidad en la vida cotidiana de los pueblos mesoamericanos.

 

El ahuehuetl, un majestuoso árbol de gran altura, estaba particularmente asociado con Tláloc, el dios de la lluvia y la fertilidad. Este árbol no solo era venerado por su tamaño y longevidad, sino que también se consideraba un punto de conexión con los elementos divinos. El ahuehuetl simbolizaba la presencia de Tláloc en la tierra y su capacidad para asegurar la prosperidad de las cosechas a través de la lluvia. Además, este árbol se erigía como un marcador del tiempo sagrado, pues en muchos casos su presencia estaba relacionada con rituales y ceremonias que se realizaban en momentos específicos del calendario agrícola. Así, el ahuehuetl no solo tenía un valor funcional como fuente de sombra o madera, sino que también servía como un punto de reunión comunitaria para realizar ceremonias religiosas y de agradecimiento a los dioses (Hernández, 1651).

 

Por otro lado, la ceiba, otro de los árboles sagrados de la región mesoamericana, era considerada como el eje del mundo, una conexión directa entre los planos terrenal y celestial. La ceiba era un árbol venerado por su tamaño imponente y su capacidad para crecer en diversas regiones de Mesoamérica, convirtiéndose en un símbolo de la estabilidad y la continuidad del cosmos. En la visión mesoamericana, la ceiba representaba un puente entre los dioses y los humanos, un espacio donde los espíritus podían descender del cielo y ascender hacia él. Este árbol, como el ahuehuetl, también tenía un papel en la organización del tiempo sagrado, marcando los lugares donde se celebraban importantes festividades religiosas y rituales (León-Portilla, 2012).

 

Ambos árboles, aunque distintos en sus características y simbolismos, compartían una función común en la vida espiritual y cotidiana de los pueblos mesoamericanos: actuar como puntos de reunión para la comunidad y como símbolos de la relación entre los humanos y lo divino. Además, su utilidad práctica en la vida diaria —como fuentes de madera, sombra y recursos materiales— se veía estrechamente vinculada con su valor sagrado. Los árboles, por lo tanto, no solo cumplían con una función ecológica y material, sino que eran elementos esenciales para la organización de la vida comunitaria, la práctica religiosa y la concepción del tiempo sagrado en la cosmovisión indígena (Hernández, 1651; León-Portilla, 2012).

 

Aplicaciones medicinales y rituales de las plantas

La herbolaria mesoamericana era un sistema de conocimientos que abarcaba tanto el tratamiento de enfermedades físicas como el bienestar espiritual, reflejando la visión integral de la salud que poseían los pueblos indígenas. Esta práctica estaba profundamente conectada con su cosmovisión, en la que la salud no solo dependía del equilibrio físico, sino también de la armonía entre el ser humano y el mundo espiritual. Entre las plantas utilizadas para tratamientos físicos, el tepatli se destacaba como un remedio comúnmente utilizado para aliviar dolores musculares y otros malestares corporales. Esta planta, junto con otras hierbas, era aplicada de diversas formas —como infusiones o ungüentos— para aliviar las tensiones y mejorar el bienestar físico de los individuos.

 

Por otro lado, plantas como el yauhtli (cempasúchil) tenían un papel crucial en los rituales funerarios y en la conmemoración de los muertos. Este uso de las plantas en contextos espirituales refleja la creencia de que ciertos elementos naturales podían ayudar a los espíritus a trascender o a establecer comunicación con el mundo de los muertos. El yauhtli no solo era apreciado por su color vibrante y su fragancia, sino también por su capacidad simbólica de guiar las almas en su viaje al inframundo, lo que lo convertía en un componente esencial de las ofrendas funerarias. En este contexto, la herbolaria no solo tenía una dimensión curativa, sino también ritualística, ligada a las creencias religiosas y espirituales de los pueblos nahuas (Sahagún, 2019).

 

Además, plantas como el peyote y el toloache eran utilizadas con fines alucinógenos durante ceremonias religiosas y rituales, permitiendo a los participantes entrar en estados alterados de conciencia para comunicarse con lo divino o recibir visiones. Estas plantas, cargadas de poder simbólico, eran consumidas en ceremonias dirigidas por sacerdotes o chamanes, quienes guiaban a los participantes en la búsqueda de visiones, conocimientos divinos o revelaciones espirituales. El uso del peyote, por ejemplo, estaba vinculado con la conexión directa con los dioses, en especial con la capacidad de alcanzar un entendimiento más profundo de la naturaleza y el cosmos.

 

Sahagún, en su obra exhaustiva sobre la cultura y los saberes nahuas, también documentó las propiedades medicinales de diversas resinas, entre ellas el copal. Esta resina, derivada de árboles como el bursera, tenía un uso doble: por un lado, se utilizaba en rituales espirituales como parte de las limpias, donde su humo servía para purificar el ambiente y alejar las malas energías, y por otro, se empleaba en tratamientos medicinales debido a sus propiedades bactericidas y antiinflamatorias. El copal, por lo tanto, tenía un valor tanto práctico como espiritual, sirviendo para la sanación física y para mantener el equilibrio espiritual de la comunidad (Sahagún, 2019).

 

Integración entre saberes indígenas y europeos

La llegada de Francisco Hernández a la Nueva España y la publicación de su obra Historia Natural de la Nueva España marcaron un punto de convergencia entre las tradiciones medicinales de Europa y las prácticas curativas de Mesoamérica. Como médico y naturalista al servicio del rey Felipe II, Hernández emprendió un ambicioso proyecto para estudiar la flora del Nuevo Mundo y documentar las propiedades de las plantas utilizadas por los pueblos indígenas, lo que permitió crear un puente entre los conocimientos botánicos europeos y los de las culturas mesoamericanas. Su obra no solo recopiló una vasta cantidad de información sobre las plantas, sino que también resaltó la sofisticación y la efectividad de los tratamientos medicinales indígenas, contribuyendo a la comprensión y valoración de las prácticas curativas autóctonas en Europa.

 

Entre las plantas documentadas por Hernández, destaca el cuetlaxochitl, más conocida como la flor de Nochebuena (Euphorbia pulcherrima), que posee propiedades antiinflamatorias y se utilizaba en la medicina tradicional indígena para aliviar dolencias diversas. Este ejemplar, hoy ampliamente conocido en todo el mundo, fue descrito por Hernández por sus propiedades curativas, un aspecto que sorprendió a muchos de los estudiosos europeos que aún desconocían las aplicaciones medicinales de las plantas americanas. La flor de Nochebuena no solo era apreciada por su belleza, sino también por sus efectos terapéuticos, que se extendían más allá del ámbito físico, asociándose también con prácticas rituales y espirituales en la tradición indígena.

 

Otra planta importante documentada por Hernández fue el huacalxóchitl (nombre común para varias especies del género Justicia), utilizada por los pueblos indígenas para tratar enfermedades respiratorias, como tos y resfriados. Esta planta, con propiedades expectorantes y antiinflamatorias, era un remedio comúnmente empleado en el tratamiento de problemas pulmonares, y su efectividad quedó registrada en los textos de Hernández. Este tipo de plantas, que tenían usos muy específicos en la medicina indígena, proporcionaron a los estudiosos europeos una visión más profunda de las prácticas medicinales del Nuevo Mundo y destacaron la valiosa contribución de los pueblos mesoamericanos al conocimiento botánico global (Hernández, 1651).

 

A través de sus investigaciones, Hernández no solo documentó las propiedades medicinales de las plantas, sino que también abrió el camino para un entendimiento más amplio sobre la biodiversidad de América y su relevancia para la medicina europea. La obra de Hernández sirvió como una ventana para que los europeos comprendieran las riquezas naturales del Nuevo Mundo, al mismo tiempo que reconocían la sofisticación de las prácticas médicas indígenas, las cuales ya habían desarrollado un conocimiento profundo de la flora local mucho antes de la llegada de los colonizadores. Según Klor de Alva (2009), el trabajo de Hernández fue crucial para mostrar que las culturas indígenas poseían un vasto conocimiento sobre las plantas y sus aplicaciones, conocimiento que a menudo había sido desestimado o ignorado por la mirada eurocéntrica de la época.

 

Así, la Historia Natural de la Nueva España no solo fue una obra científica que contribuyó al conocimiento botánico de la época, sino también un testimonio del encuentro entre dos mundos de saberes, donde la tradición indígena fue reconocida por su valor y efectividad en el ámbito de la medicina.

 

Relevancia contemporánea

El legado de la herbolaria mesoamericana y el conocimiento sobre los árboles descritos por Fray Bernardino de Sahagún continúa siendo relevante en las comunidades indígenas de hoy en día, así como en la medicina moderna. La obra de Sahagún no solo rescató los saberes ancestrales, sino que también ofreció una valiosa perspectiva sobre la relación profunda y simbiótica que los pueblos nahuas mantenían con su entorno natural. Las plantas y árboles descritos por Sahagún, que abarcan desde remedios medicinales hasta elementos sagrados en los rituales, siguen siendo utilizados por las comunidades indígenas en la actualidad, lo que demuestra la vigencia de estos conocimientos a lo largo de los siglos.

 

Investigaciones actuales han corroborado la eficacia de muchas de las propiedades medicinales documentadas por Sahagún y otros cronistas, confirmando que diversas plantas y árboles utilizados en la herbolaria tradicional mesoamericana poseen verdaderas propiedades curativas. Por ejemplo, plantas como el tepatli y el yauhtli, entre otras, siguen siendo utilizadas en la medicina popular de comunidades rurales y urbanas para tratar diversas enfermedades. Estos hallazgos científicos no solo validan el conocimiento ancestral, sino que también subrayan la importancia de preservar y documentar estos saberes, pues muchas de las especies mencionadas por Sahagún tienen propiedades que pueden contribuir a la medicina moderna. Esta convergencia entre el conocimiento indígena y la ciencia contemporánea pone de relieve la relevancia de los saberes tradicionales en el tratamiento de enfermedades y en la investigación farmacológica.

 

La obra de Sahagún, por lo tanto, no solo fue un esfuerzo por documentar los saberes de los pueblos nahuas, sino también un testimonio de la riqueza cultural y espiritual de estas comunidades. A través de su meticulosa recopilación de información, Sahagún ofreció una visión integral de la relación de los nahuas con la naturaleza, una relación que abarcaba tanto lo práctico, a través de la herbolaria y el uso medicinal de las plantas, como lo simbólico, mediante su conexión con lo divino y lo espiritual. Los árboles, como el ahuehuetl y la ceiba, no solo eran vistos como recursos materiales, sino como entidades sagradas, ejes cósmicos que conectaban los mundos terrenal y divino (Aguilar Contreras, 2009).

 

Además, Sahagún evidenció cómo la naturaleza formaba parte de un sistema de creencias y prácticas que integraba el bienestar físico, emocional y espiritual de los seres humanos. Su obra ofreció a los europeos una ventana hacia el mundo de los pueblos nahuas, mostrando una cosmovisión en la que lo natural y lo divino no estaban separados, sino que coexistían en una interacción constante y dinámica. Como destaca Bierhorst (2009), la recopilación de estos saberes no solo fue una tarea de conservación de la tradición, sino un acto de reconocimiento de la profunda espiritualidad que animaba a estas comunidades.

 

Hoy en día, la preservación de este conocimiento ancestral sigue siendo fundamental no solo para las comunidades indígenas, sino también para la humanidad en su conjunto, ya que muchas de estas prácticas pueden ofrecer soluciones sostenibles y efectivas a problemas de salud actuales. La riqueza cultural y espiritual que Sahagún documentó sigue siendo un recurso invaluable para entender la conexión entre los seres humanos y su entorno natural, recordándonos la importancia de aprender y respetar las tradiciones que nos han sido legadas.

 

Conclusión

La "Historia General de las Cosas de la Nueva España" de Fray Bernardino de Sahagún es una fuente invaluable para comprender la complejidad de la herbolaria y el simbolismo de los árboles en la cosmovisión mesoamericana. A través de su clasificación meticulosa y su integración de perspectivas indígenas, Sahagún preservó un saber ancestral que trasciende hasta nuestros días, fortaleciendo el diálogo intercultural y subrayando la relevancia de la naturaleza como fuente de vida y espiritualidad.


Fuentes:

1.      Sahagún, Bernardino de. 2019. *Historia General de las Cosas de la Nueva España*. Edición de Porrúa.

2.      De la Cruz, Martín, y Juan Badiano. 1552. *Libellus de Medicinalibus Indorum Herbis*. Traducido al latín por Juan Badiano.

3.      Hernández, Francisco. 1651. *Historia Natural de la Nueva España*.

1.      Aguilar Contreras, Abigail. 2009. "El uso de las plantas medicinales en la actualidad: Tradición y ciencia". Revista Mexicana de Biodiversidad 80(1): 81-90.

2.      Bierhorst, John. 2009. *Cantares Mexicanos: Songs of the Aztecs*. Stanford, CA: Stanford University Press.

3.      Klor de Alva, J. Jorge. 2009. "La herbolaria en la obra de Sahagún: un enfoque interdisciplinario". En *La Medicina Tradicional en Mesoamérica*, editado por Miguel León-Portilla, pp. 123-150. México: Fondo de Cultura Económica.

4.      León-Portilla, Miguel. 2012. "La visión indígena de la naturaleza en la obra de Sahagún". En *Fray Bernardino de Sahagún: Presente y Futuro*, editado por Ascensión Hernández de León-Portilla, pp. 75-98. México: Universidad Nacional Autónoma de México.

5.      López Austin, Alfredo. 2002. "Sahagún y el universo de los símbolos vegetales". En *Estudios de Cultura Náhuatl*, vol. 33, pp. 15-45. México: Universidad Nacional Autónoma de México.

6.      Ortiz de Montellano, Bernard R. 2005. *Aztec Medicine, Health, and Nutrition*. New Brunswick, NJ: Rutgers University Press.



viernes, 20 de enero de 2023

El Cementerio De Las Águilas: si tuviéramos parque ustedes no estarían aquí

 ----ALGO DE HISTORIA------

En la historia mexicana es un periodo de tiempo ubicado a mediados de la década de 1840, cuando México se enfrenta militarmente con los Estados Unidos De Norteamerica, que en aquel momento estaba en expansión.

Años antes, lo que hoy es TEXAS era México, solamente que se busca independizar en la década de 1830 y en 1845 se anexan a los Estados Unidos.

Mientras los Estados Unidos buscaban llegar a la Honorable Ciudad de México deciden mandar una expedición que termina desembarcando en el Puerto de Veracruz, con el mando del General Winfield Scott, de ahí toman la ruta que sigue el conquistador Hernán Cortés en 1520 con tal de llegar a la Ciudad de México, no sin antes pasar por Xalapa, capital del Edo. De Veracruz y por la Ciudad de Puebla, capital del mismo estado.

Toman la Ciudad de México en 1847, no sin antes celebrarse la Batalla del 13 de septiembre del mismo año en el entonces Colegio Militar, hoy Castillo de Chapultepec.

Días antes se había librado la batalla de “El Molino Del Rey”  y la batalla de Churubusco (donde el abuelo de J. Negrete y expresidente de México Don Pedro María Anaya menciona la célebre frase “si tuviéramos parque ustedes no estarían aquí”), por lo que el Honorable Ejército Mexicano estaba debilitado.

Esos días fue desalojado el Colegio Militar, no sin antes unos cadetes se hubieran enfrentado ante el invasor, entre ellos Montes de Oca (uno de los protagonistas) y el mismo futuro presidente y Gral. del Ejército Imperial Don Miguel Miramón, que gozaba de cerca de 17 años de edad, más el esfuerzo no fue lo suficiente, puesto que es tomado el hoy Castillo de Chapultepec a las 10 de la mañana, con apenas una hora de asedio.

También como otros datos podemos aportar que:

1.      

Tras la toma del Castillo y la intervención en la CD de México hubo banquetes para los generales norteamericanos en el mismo Palacio Nacional, sede gubernamental desde los tiempos de la Colonia.

      Como el verde en inglés se escribe Green y se dice GRIN se pasó a llamar al ejército invasor como “gringos”, término que pronto pasó a ser usado por la América Latina para referirse de una manera muy educada (todo lo contrario) a los habitantes de Los Estados Unidos.

Por otro lado, el General Antonio López de Santa Ana, que es encarnado por la gran actuación de Carlos López Moctezuma, había perdido años antes la pierna y era muy conocido que se cambiaba de bando a conveniencia, por otro lado, fue presidente de México unas 6 ocasiones (noten que comparten apellido).

Con el Tratado de Guadalupe-Hidalgo Y su firma posterior, México aceptaba perder el 51.4% de su territorio, casi la mitad de lo que es el territorio continental de los Estados Unidos.

Días antes de este suceso, el líder del Ejército, Don A. López de Santa Ana, fue a buscar en su casa de Cuernavaca, al Gral. Nicolas Bravo, con tal de que este volviera al Ejército, más al negarse partió Santa Ana, días después se recibía la noticia de que uno de los consumadores de la Independencia había fallecido junto a su esposa, dicen las malas lenguas que fueron envenenados por “Su Alteza Serenísima”, como se hacía llamar el Gral. Santa Ana.

En 1947 el presidente de los Estados Unidos Harry S. Truman, en una visita de estado, fue a depositar en el Castillo de Chapultepec un arreglo floral, más no se lo tomaron a bien los nacionalistas y a la mañana siguiente apareció el arreglo frente a la Embajada, mostrando que unos aún no podemos olvidar ese hecho ocurrido hace tantas décadas.


Hay un sinfín de datos más que podríamos aportar, más eso iría en contra de la política “del buen vecino”, ejercida por los Estados Unidos desde 1938, puesto a que ya se veía con preocupación el gobierno de Adolfo Hitler, por lo que peliculas de este periodo de tiempo (Intervención Estadounidense) se dejaron de hacer, haciéndose únicamente está en TODA la filmografía Nacional.

---SOBRE LA PELÍCULA---


La cinta, original en blanco y negro, presenta una historia, que, como muchas otras del género, está basada en la historia y presenta situaciones que pudieron no haber sucedido.

En Veracruz, militares mexicanos luchan en batallas heroicas contra invasores estadounidenses en 1847.

Fecha de estreno inicial: 1 de septiembre de 1939

Director: Luis Lezama

Guión: Íñigo de Martino, Alfredo Noriega y Rafael M. Saavedra.

Dir. Fotografía: Ezequiel Carrasco

Música original: Alfonso Esparza Oteo. 

Productor: Aztla Films

Reparto: José Macip, Jorge Negrete, Celia D'Alarcón

Editor: Joseph Noriega

Podemos ver a Alfonso Esparza Oteo, Jorge Negrete,
José Macip, Luis Lezama, Silvia Cardel y más miembros.

Esta cinta contó con locaciones en el ex convento de Churubusco, Castillo de Chapultepec y fue filmada en los Estudios México Films en 1938,

Canción interpretada por Jorge Negrete: "Amor", probablemente su autor sería Alfonso Esparza Oteo, ya que la música y orquesta son las que suenan y tocan.

"El reparto está integrado por actores ya fallecidos, entre ellos, Ricardo Mondragón, José Ortiz de Zárate, José Martínez, la célebre Margarita Mora, Lolo Trillo, José Macip, Silvia Cardel, Alfonso Ruiz Gómez, Miguel Wimer y otra estrella que apenas daba sus primeros pasos frente a la cámaras, Jorge Negrete.

Por mucho, El Cementerio de las Águilas alcanza significación porque fue muestra de atrevimiento histórico —cinematográfico— en aquellos días de las primeras convulsiones bélicas conducentes a la II Guerra Mundial y los intereses en disputa en que la comunicación audiovisual era, como lo es ahora con otras herramientas, instrumento de doctrina.

La Dirección de Luis Lezama logra escenas estremecedoras por la defensa heroica, adicionalmente inductoras al sentimiento patriótico del que derivaría la Conscripción Militar para los jóvenes mayores de dieciocho años, iniciada con la Jura de Bandera vigente con celebración el día 5 de mayo." (Cortés, Carlos, 2014).

"El argumento de El Cementerio De Las Águilas" gira en torno a Agustín Melgar, cadete del Colegio Militar, quien se enamora de Mercedes, hija de una familia acomodada de Ciudad de México. Ella le corresponde pero su padre se opone al noviazgo, pues el joven cadete no cumple con sus expectativas del hombre ideal que desea para su hija. Ante esto, Melgar renuncia al Colegio Militar para buscar fortuna. En compañía de su amigo Miguel de la Peña, bohemio y antiguo cadete, el protagonista prueba su valentía regresando con sus compañeros para defender el Castillo de Chapultepec y muere, no sin antes pedir a su amigo Miguel que diga a Mercedes que la amaba.

Filmada en los Estudios México Films a partir del 21 de diciembre de 1938, con locaciones en el ex convento de Churubusco y el Castillo de Chapultepec, El cementerio de las águilas comienza con un agradecimiento de Producciones Aztla al presidente Lázaro Cárdenas y al ejército por su colaboración estratégica y artística en la producción. Antes, el mismo gobierno participó en películas como ¡Vámonos con Pancho Villa! (Fernando de Fuentes, 1935) proporcionando asesoría militar y artística, además de préstamos de soldados, caballos y ferrocarriles.

Tras el agradecimiento, Lezama apunta por medio de un intertítulo las intenciones del filme: se trata de un romance alrededor de la saga heroica de los Niños Héroes* de Chapultepec y no de una reconstrucción histórica de los hechos. Con una buena presencia física que destaca sus rasgos mexicanos, aunque con una desafortunada interpretación que lo llevó a recitar sus diálogos en vez de sentirlos, José Macip debutó como actor encarnando a Agustín Melgar, verdadero protagonista del filme, opacado en los créditos de pantalla por el actor y cantante Jorge Negrete, futura gran estrella del cine mexicano y quien encarnó a su amigo Miguel."  apunta el periodista José Antonio Valdés Peña en su columna titulada "Niños Héroes de película" para el periódico La Jornada, del día 19 de Septiembre del año 2010.


José Macip solo actuó en otras dos películas más: "La Canción Del Plateado" (1942) de Francisco Elías, en cuyo guión también intervino, actuando con José Elías Moreno, Arturo R. Frausto y Juan José Martínez Casado, además de "Flor De Fango" (1941) de Juan José Ortega, película que marca el regreso de Sofía Álvarez al cine tras su gira mundial de 5 años, además de Margarita Mora y Miguel Ángel Ferriz. Su última intervención en el cine fue "Águila Roja" (1942) de Bob Curwood, en la que comparte los créditos del guión con Jorge López Portillo y en la actuación Victor Manuel Mendoza, Arturo Soto Rangel y Alicia Ortiz y Armando Soto La Marina "El Chicote".

A Don Jorge Negrete inútil es mencionarlo (en este, su blog, hemos y hablaremos mucho de él) porque sabemos más de uno que se convirtió en el primer ídolo masculino en alcanzar la inmortalidad con su fatal desenlace en Los Ángeles, California.

Recursos audiovisuales

Película:

 Link a la cinta aquí.

Canciones:

"Amor", Jorge Negrete con la Orq. de Alfonso Esparza Oteo, grabación de la cinta "El Cementerio De Las Águilas" (1939).

Fuentes: 


  • Carlos Cortés. 2017. “El Cementerio de Las Águilas.” El Informador :: Noticias de Jalisco, México, Deportes & Entretenimiento. El Informador :: Noticias de Jalisco, México, Deportes & Entretenimiento. Octubre 17, 2017. https://www.informador.mx/Ideas/El-Cementerio-de-las-Aguilas-20140903-0208.html.
  • Valdés Peña, José Antonio. 2010. “Niños Héroes de Película.” Jornada.com.mx. Septiembre 19, 2010. https://www.jornada.com.mx/2010/09/19/sem-jose.html.


Texto y colección de David Huerta. La presente publicación se hace con fines de difusión cultural, sin ningún ánimo de lucros y para el conocimiento público del acervo musical mexicano.

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